La cuestión del hoy
By D. Stack
Los del siglo pasado hemos venido presenciando transformaciones muy gruesas. Esos cambios nos hacen recordar también que somos del milenio anterior porque cumplido el año 2000, los que siguieron, no son sino los primeros años del tercer milenio. Y vaya si lo son. Un tercer milenio que si bien venía ya preñado de todo lo presente asomó de golpe, como un fenómeno volcánico que se hace visible de manera abrupta. Hoy asistimos al ocaso de los viejos valores, la extinción de la vida familiar y la eclosión de una sociedad al servicio del mercado entretenida en lo efímero de las modas, las relaciones descartables y los opiáceos espirituales que preconizan el fin de los tiempos.
Hoy ya conocimos que la paz la rompen cuando así lo entienden los directores del caos, que nuestras vidas y la de nuestros hijos son secundarias para los gobiernos, que existimos casi por casualidad y nuestra idea de importancia personal se va separando de la realidad. Muy recientemente se hizo patente nuestra insignificancia y vulnerabilidad extrema durante la pandemia. Hasta junio del 2022 más de seis millones de personas dejaron de existir en el planeta como consecuencia de haberse infectado con el virus Covid 19; como si esto fuera poco sufrimos la incomunicación y el ostracismo más severos, impuestos por las medidas sanitarias, vimos miles de víctimas encerradas en cajones sellados, de plástico, en soledad, mientras los deudos, desconsolados, gemían cada uno en la inhóspita frialdad de la cuarentena, amordazado tras el tapabocas mientras las máquinas municipales y los camiones del ejército cargaban o enterraban a los suyos.
Hoy también vimos reaparecer una casi indetenible polarización de las políticas del globo y una inminente Tercera Guerra Mundial. Guerra que nos promete la aniquilación tras aquella explosión nuclear ya presentida en nuestras peores pesadillas y que parece ser el fin anunciado por un dios fatalista y certero llamado sentido común. Hoy podemos llorar, temblar, orar, mientras la mecha se consume, desde los puntos críticos como Ucrania, Taiwan o la Franja de Gaza. Hay un nuevo mundo bipolar donde las potencias emergentes frenan los ímpetus del Imperio de Occidente que está dando muestras de avanzada decadencia.
Pero ya no estamos casi nunca a solas. Nuestra mente se ha volcado líquidamente en ese recipiente rectangular que nos mantiene adheridos a la nueva realidad. Un aparato pseudohumano y que opera como ventana al Otro Mundo, el mundo cibernético, es ahora un miembro más de la anatomía del hombre postmoderno, continua a cada cuerpo y en la mano brilla cual si se tratara de una segunda cabeza, un software que parece dominar al mismo cerebro de aquel que lo va portando.
Hoy no se puede creer en lo que se dice, ni en lo que se lee en los periódicos, ni en las noticias que nos desinforman ni en las promesas del candidato. Es prohibitivo sobre todo dar crédito a la palabra y a la promesa porque hacerlo recibe inexorablemente un castigo tan cruel como la traición. Creer hoy es convertirse en víctima principalmente los que confían en el amor o en la justicia. Hoy somos y hemos sido testigos de tantos absurdos e incoherencias que tal vez ya estemos también cambiados.
Vamos en el ahora, arriados por las circunstancias, por surcos en declive, ajenos a nuestra voluntad, estamos marcados y vacunados como ovejas, probablemente por los mismos que desarrollaron el virus en un laboratorio, los que le dan su sueldo a los biólogos, los que disfrutan de experimentos sociales usando como trabajo de campo el infinito sufrimiento de la gente. Somos gente para todos hoy, números y estadísticas, somos masas consumidoras de servicios y bienes, mano de obra, somos ese amasijo de adn´s únicos pero indiferenciados en el anonimato de lo público, tan solo distinguidos por sus huellas dactilares, pero nunca por sus vivencias y sentimientos que no le importan a la empresa más que para vender pañuelos y antidrepesivos.