Poesía selecta
El maizal del ser
Nadie ponga la palabra entre comillas
por ser solo palabras de otra boca
si es que tienen, sin dudarlo, ese sentido
que armoniza lo que antes fue sorpresa incontenible,
evitando el desconcierto, dependencia o desazón.
Y si vemos que en la sombra más poblada de pobrezas, donde el ojo ya no puede,
donde nada tiene voz o por lo menos no se llega hasta esa parte,
no hay manera de acertar con las flechitas que en la hipótesis se encienden,
mas…
sin fuerza, sin potencia, se disfrazan de ilusión
y se invalidan de terror.
Un escéptico
ha nacido en este entorno
porque sabe que no puede
con su falta inflacionaria de razón,
con la chaqueta del tiempo
y una garra existencial
entretenida en la libido,
con banderas de humanismo o con la hoz.
Un fatal
desposeído de esperanza
que se sabe poca cosa ante lo inmenso e infinito del afuera, incomprendiendo la falacia del Big Bang,
y lo imposible de un comienzo,
refrigerando la noción de ser un siendo, no un viviendo,
sino un siendo que se sueña en el vivir.
Es esa misma inflada inconsistencia
la prueba irrefutable de que la esencia no esta vacía,
pero, ciertamente, se vuelve palpable,

Parece obvio que lo que todos los seres humanos inteligentes la han buscado y no la han encontrado, a esa clave de todas las cosas, la piedra filosofal, el secreto... debe estar muy oculto en lo secreto o muy escondido en lo «demasiado evidente».
Los inteligentes del pasado y del presente hubieran encontrado casi cualquier secreto escondido a lo largo del siglo XX mediantes sus métodos de escrutinio sistemático de la naturaleza.
Por eso se hace obvio también, aunque se ve que no tanto para muchos, el buscar las respuestas a las preguntas más difíciles desde visiones más ingeniosas por un lado y más simples por el otro.
¿Qué es lo que hace que las explicaciones de los científicos, sus ecuaciones y signos se alejen cada día más de la realidad?
Sin duda son los sentidos los que determinan gran parte de nuestro modelo físico de las cosas. Nuestra mente está modelada visualmente y es, en primer lugar, la miopía del aparato sensor el que genera una realidad donde los límites (Lo que no percibimos) están incorporados en la definición de lo que hay sin que nos percatemos de ello.
Ver lo que vemos (el mundo de todos los días) supone no ver otras cosas (que están implícitas en lo que vemos) que si se vieran ya no se verían las cosas igual como se ven a simple vista ahora.
Los sentidos incorporan la incertidumbre en sus conclusiones y los redondeos finales parecen mediciones completas, pero en realidad reparten un infinito de desonocimiento en un finito, un reducido nivel de percepción de «lo que hay», en la cual está todo el universo sensible.
Cuando hablamos de mundo tendemos a pensar en lo que conocemos porque se manifiesta ante nuestros sentidos el pensamiento recrea ese universo de datos cuantizados ordenados por la conciencia que se actualiza con la experiencia.
Los bordes físicos, los contornos de una cosa son la que la definen como tal, la reconocen con una forma, un ordenamiento electrónico en las regiones energéticas causales de la manifestación física del objeto.
Pero, del «aparente» vacío que llena la materia, no se habla. No se enseña que el universo tiene más vacíos que llenos ni que esos vacíos guardan relación con los límites del observador.
Muy pocas veces las personas dicen: La morada es un gran hueco que nosotros ocupamos con comodidad.
Pese a que todo lo que percibimos y llamamos «nuestro mundo» está constituido por vacíos, por límites de la medición, intrínsecos y propios de la medición, se sigue obviando y olvidando mencionar que nuestra vida está diseñada sobre mediciones aproximativas.
La realidad que concretamos o colapsamos en nuestra mente es una suerte de suposiciones yuxtapuestas. Esto ocuerre cuando, por falta de datos, la única alternativa es hacer conjeturas.
Toda especulación nace de una ignorancia de lo que está pasando en el presente, en este sentido, podríamos universalizar esta cuestión ya que si se conoce con gran detalle este presente, desde una superconsciencia, tampoco existirían para él incertidumbres en el futuro ni en el pasado. ¿Cómo es esto?
Simplemente que una mirada profunda en cualquier dirección, sirva de ejemplo la brillante observación de una posición de ajedrez, llega a los antecendentes que derivaron hasta allí, el pasado, viendo a su vez con nitidez los próximos pasos, el futuro.
No hay entonces tiempo, sino un ritmo de la observación, que de alguna manera parece individual, pero dentro de la teoría de Albert Einstein, los que nos movemos, físicamente hablando, a velocidades parecidas, tendremos tiempos físicos parecidos.
Pero a velocidades cercanas a la luz, el tiempo se hace cada vez más lento hasta casi llegar a detenerse. ¿Qué psa en estas condiciones? ¿Puede decirse que exista el universo congelado?
Parece que no. El tiempo simplemente es un recurso de la conciencia, el transcurso de espíritu a través de su propio cuestionario. Entoces hay una matriz que explica al tiempo pero que no se rige por él.
De lo contrario habría que preguntarse por el principio del tiempo y si habría un final del tiempo lineal. Entendido el espaciotiempo como una sensación del ser, una maquetación reconstructiva de su propia naturaleza con los ojos vendados en el desarrollo de un desafío universal, no arreglado, no esperado, no estéril, propiedad de ser «lo que no se es» o casi ser «lo que se es».
Comprender un denso atemporal, un adimensional ser preñado siempre del simultáneo de saberse e ignorarse. El Ser cuando se sabe es, el Uno, la razón plena, el amor universal, la conciencia plena de sí, el Big Bang antes de explortar y después de explotar, mal dicho porque no hay un antes, antes de la explosión primera, no había tiempo.
Volvemos a las relaciones físicas con esta comprensión de la esencia y la existencia. Dualidad que se conserva paradójicamente unida en el ser, como propiedades atemporalmente omnipresentes.
Siendo entonces tan poco seguro el espacio tiempo, por una lógica de simplificación nos abstraemos de él considerándolo ritmos de la conciencia que se autopercibe como ser en el ser.
Vale decir que la ley a la que se llega por este camino es a la de inversión.
Un recorrido inverso que presenta la verdad en lo que siempre llamamos idea.
Ahora bien la vuelta simple y clara es esta:
Como lo que vemos es un porcentaje millonésimo de lo que hay, como lo que escuchamos en una millonésima de las ondas presentes y lo que sabemos es infinitamente pequeño en relación a lo que falta por aprender…pues no sería honesto decir que en este siglo se percibe la millonésima de lo que hay y que ese infinito vacío está incorporado, falseando la verdad de lo que hay y produiciendo lo que parece haber.
El «yo», es otra manifestación de la colección de objetos y sujetos disgregados conceptualmente del «todo» inseparable, indiviso. Y es indiviso por que no existe la nada. Y la única forma de entender la división del ser sería que la nada ocupara un lugar entre dos o más partes del ser.
Pero esto es imposible porque si la nada algo fuera ya no sería nada.
Entonces el vacío es una falsa nada, una sensación de nada que en realidad es algo que no alcanza la conciencia a captar, apercibir, a entender.
El «yo» pensante no es el que percibimos, éste «yo»es una millonésima de lo que piensa, se auto filtra su imagen y la reduce al alance de su autocomprensión